domingo, 28 de octubre de 2012

(5) El mar de Sal y la Quebrada de las Conchas


Antes de abandonar Purmamarca decidimos “subir” a las Salinas Grandes y lo de subir es literal ya que tenemos que ascender por la carretera hasta los 4.200 metros. Previamente nos despedimos de la localidad recorriendo el Paseo de los Coloraos.

Es una de sus atracciones y consiste en un pequeño circuito, sobre una hora, por los alrededores. Los colores de las montañas que la rodean son muy variados y configuran casi una paleta completa de pintor.


Recomiendan recorrerlo por la mañana pronto o bien al caer la tarde, cuando el sol facilita observar la sorprendente diversidad geológica de esta zona.



Grises, marrones, violetas, verdosos, rosas, rojos u ocres conforman una visión que se complementa con barrancos en los que se forman extraños perfiles. Como todo el área, la naturaleza ha actuado de manera especial.


Una jovencita canadiense de rasgos asiáticos nos hizo la foto anterior.


En algunos casos los contrastes son espectaculares.

Abajo, llamas en una granja.


Al terminar, en una soleada mañana de sábado, hicimos una concesión a la galería y pasamos un rato en el mercadillo de productos de artesanía tradicional aunque está bastante estandarizado y todos tienen más o menos lo mismo.


Además de en los pueblos están por todos los lados, con descendientes de indígenas sentados silenciosos junto a su mercancía. No agobian y hoy volvimos a hablar con otro niño, Aníbal, que los fines de semana cambia el cole por esta labor.




Tras ello iniciamos el ascenso por la Cuesta de Lipán. Como nos preocupaba un poco la altura a la que íbamos a estar empezamos a mascar como locos hojas de coca. El día anterior, en Humahuaca, a sólo 3.000 metros, al hacer algo de esfuerzo físico ya habíamos notado un poco el mal de altura por lo que en esta ocasión preferimos prevenir.



La región a la que nos dirigimos ya no forma parte de la Quebrada de Humahuaca sino de la Puna, el altiplano argentino, del que deriva el término “apunado” referido a las personas afectadas al mal de altura. Dicen que en ocasiones también afecta a los coches, que sufren de ”apunamiento”, pero nuestro utilitario resistió.


Alcanzamos los 4.170 metros y nos paramos para hacernos la foto de rigor, claro. Por el camino nos topamos una vez más con una patrulla policial. Se situan en medio de la carretera, a veces con un cartel previo (otras no) y hay que reducir la velocidad. A unos los paran pero a nosotros, hasta ahora, no. Como no hemos llegado al grado de confianza de hacerles fotos, simplemente lo contamos, pero llevamos ya unos cuantos.


Allí, cómo no, estaba Rodrigo vendiendo su mercancía, y una vez más, ejercimos de compradores , pues vendía algunos objetos sencillos hechos por él mismo.Era simpático y nos relató que fue hasta hace meses trabajador de las Salinas Grandes, y se refirió al el sistema empleado para extraer la sal, la importancia de la lluvia y que formaba parte de una cooperativa de 33 personas que las explotan mediante una concesión del Estado. Además sabemos que es una sal especialmente apreciada en la alta gastronomía, no sólo de Argentina. A partir de aquí, descenso, y al poco nos impactó un mar blanco. Todos llevábamos gafas de sol pues el efecto, dicen, y luego lo comprobamos, es como el de la nieve.


Al acercarnos nos chocó todavía más esta inmensa llanura (son 212 kilómetros cuadrados y no son ni mucho menos las más grandes del altiplano). El salar de Uyuni, en Bolivia, está relativamente cerca de aquí. Al inicio de la salina, cruzada por la carretera, nos paramos para verlas de cerca (excuso decir que también estaban unos aborígenes con souvenirs fabricados con sal). Estaban todos cubiertos,algunos incluso embozados con pasamontañas, pues la sal refleja el sol y quema. La pisamos y es una superficie dura, muy dura, creando formas como de charcos secos, y en los bordes hay grietas y tienen varios centímetros de espesor, como si fuera hielo. Aquí estamos haciendo el tonto para no "apunarnos".


El paisaje es casi cruel, estilo Antártida o similar, aunque aquí en el horizonte lejano hay montañas. Semeja que no hubiera vida y casi no la hay salvo algunos visitantes. Como sitio para vivir es desolador.



Localizamos unas construcciones en lo que debe ser el centro de trabajo. 


Están construidas con bloques de sal y, además de más souvenirs, hay unos váteres portátiles que cobran por usar, junto con maquinaria, montones de sal y depósitos de agua y combustible. Aquí no hay canalizaciones.


Vimos también una especie de rectángulos con agua donde se precipita la sal. Hay muchos, pero dimos un pequeño paseo y nos marchamos. Da un poco de yuyu y entendemos que Rodrigo prefiera vender artesanía, nosotros haríamos lo mismo. El trabajo aquí parece casi inhumano.


De vuelta nos topamos con unas vicuñas en una ladera. También con muchos camiones que caminan más lentos que una persona: las cuestas son muchas cuestas y no pueden, Hay tantos porque la carretera lleva a Chile (hay poco más de 100 kilómetros) y son de este país, argentinos y de Paraguay, sobre todo.



Antes de volver a Salta a dormir paramos en las termas de Reyes, un hotelito de época, donde nos tomamos un batido y rememoramos nuestro consumo de coca. Masticarla ha sido para nosotros un sufrimiento, salvo para Fely.


Quedaban muchos kilómetros y nos fuimos. Por el camino se produjo un curioso efecto térmico: según avanzaba la tarde subía la temperatura. No dábamos crédito. A las ocho de la tarde se produjo el pico de 36,5 en medio de un agobiante bochorno. Al llegar a Salta el ambiente era el de un día caluroso de agosto en Sevilla y nos dijeron que habían llegado a 40 grados.
Al día siguiente de mañana salimos hacia el sur camino de Tucumán para seguir nuestro periplo. Lo hicimos por un camino alternativo para ver otra Quebrada, la de las Conchas, también muy conocida y espectacular.

Antes de llegar paramos en una venta del camino llamada Posta de las Cabras. Se la había recomendado a Ana una chica en un foro (vía Internet) que había estado por aquí. Tenía aspecto tradicional, muchas cabras limpísimas en un amplio cercado y un bar-comedor agradable con un montón de tartas y bizcochos caseros.




Era media mañana y habíamos desayunado bien, pero sucumbimos a la tentación. No pudimos encajar la parada a una hora más adecuada y, como casi siempre nos adaptamos.

Estaban riquísimas y se lo dijimos al propietario, y le hizo ilusión. Charlamos un rato sobre la situación de España (tema recurrente cuando estamos con argentinos) y de la emigración española a este país.
Al poco iniciamos la Quebrada y de nuevo paisajes muy llamativos, aquí con laderas en color ocre intenso y la parte baja un río casi sin agua.

La Garganta del Diablo es uno de sus atractivos, una enorme oquedad que la naturaleza ha tardado millones de años en conseguir.


Para adentrarse hay que hacer un poco de escalada y sólo uno se lanzó, creyendo que los demás le seguían. Como suele ocurrir, lo más complicado es siempre el descenso, pero ya no había marcha atrás.



Siguiendo la carretera, a muy poca distancia está el Anfiteatro, otra oquedad que semeja una instalación de este tipo y que tiene una acústica excelente.


Estos tres se dedican a contemplar un video de las andanzas de algún  escalador aficionado.





Es mucho más grande, hay artesanía y vendedores (esta vez no son indios sino neohipis) y un grupo de franceses se puso a cantar para comprobarlo. Sonaba muy bien.

Después encontramos otro de los atractivos, el Sapo, que talmente parece tallado y no resultado de la erosión.

Topamos también con una venta donde tenían varias llamas (se diferencia de las vicuñas y los guanacos en que tienen pelo) de reclamo.

Después los castillos, curiosas formas que sugieren murallas.
 


Al salir de la quebrada llegamos a Cafayate (no confundir con Calafate) una tranquila villa dedicada al cultivo de la vid y la fabricación del vino. Tiene 12.000 habitantes y está a 1.700 metros de altura, pero hacía mucho calor. Recorrimos la plaza, de nuevo artesanía y puestos a tope, y visitamos la catedral, una de las tres iglesias de Sudamérica con cinco naves.



Haciendo una compra, es este caso algo tan prosaico como nueces, se repitió una jugada que ya conocemos: entregamos el dinero, se hacen los parvos y no te dan la vuelta. Como nos ha pasado más veces, la reclamamos y te lo dan sin la menor excusa. El problema es si no te has fijado en lo que le das y no te atreves a reclamar. Empezamos a aclimatarnos y este truco para turistas ya no cuela con nosotros.

Nos dividimos y dos miembras del grupo fueron a ver los puestos y Alfonso y yo a un bar a tomar una copa de torrontés, una de las uvas preponderantes en la zona. Estaba rico y fresquito el vino blanco y en la tele vimos los prolegómenos del partido a punto de comenzar: River Plate-Boca Juniors, o sea, Barça-Real Madrid. La bomba (futbolística). El camarero se confesó hincha del River y nos preguntó por nuestra preferencia en España; como siempre en Argentina, somos del Barça ya que la sombra de Messi es alargada y les encanta oírlo.
Cerca de Cafayate nos encontramos con extensas fincas de viñedos.


Vuelta a la ruta para llegar a Tafi del Valle, el pueblecito donde teníamos reservadas habitaciones en una casa rural. A unos 30 kilómetros, en una localidad llamada Amaicha del Valle que no parece tener interés surgió la sorpresa: un sorprendente museo del que no habíamos oído nada.Nos llamó la atención su exterior y decidimos entrar, el Museo de la Pachamama. Poco antes habíamos desechado acercarnos a Quilmes, pueblo donde vivía una tribu de indios del mismo nombre que plantó cara a los invasores españoles y lo pagó muy caro. Fueron trasladados los supervivientes a pie hasta Buenos Aires y eliminados como pueblo.
 

La Pachamama es la madre tierra y todo lo que la rodea.


Volviendo al museo, su exterior de piedra y sus puertas metálicas dibujando formas de dioses indios nos llevaron dentro.



Descubrimos que lo ha creado un particular, un artista llamado Hector Cruz, y cuenta con cuatro salas: dos de minería y geología y otras dos de su obra; tapices, escultura y pintura. 

Ha expuesto en España y es muy conocido. Olvidaba una sala dedicada a la historia de los pueblos indígenas, que es el leit motiv del museo, que cuenta con una gran sala dedicada a la venta de recuerdos y artesanía.


  
Sin embargo, lo más interesante son los patios exteriores, donde Cruz ha dado rienda suelta a su imaginación con esculturas sobre las deidades de los indios calchaquíes, y de hecho estamos en la zona llamada los Valles Calchaquíes.
 

 Nos encantó el Museo de la Pachamama .




Ya estábamos cerca de Tafi aunque ahora la carretera era mucho peor y tuvimos que subir de nuevo a 3.000 metros.



 Volvimos a encontrar cardones y atravesando el Abra del Infiernillo llegamos a este valle. Se produjo el milagro: de más de 30 grados llegamos a estar a 14, con niebla fuerte y lluvia. Menos mal que no fuimos a Quilmes, la carretera no está pintada y pasamos por barrancos, con lo cual mejor pasar de día.


Tafi nos sorprendió: parece un valle suizo, verde y con casas dispersas. Nos pareció un lugar de vacaciones y así llegamos a nuestro alojamiento: una casa chula atendida por un argentino y una francesa, la posada Inti Watana.
 

Está centrada en un proyecto de sostenibilidad, reciclaje y cultivos naturales, sencilla pero muy agradable y silenciosa.

En la cena disfrutamos de muchas canciones, algunas de Atahualpa Yupanqui, que interpretó bastante bien este hombre.



















2 comentarios:

  1. Ya veo que estais haciendo un viaje muy salado y de altura y con nombres impronunciables.En Fraijoolandia seguimos sin novedad siguiendoos en vuestro periplo.

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  2. Papá! DEJA DE ESCALAR!!! Qué luego pasa lo que pasa y no sabes bajar. Mú chulas las fotos.
    Por cierto, me parece muy bien que ejerzáis de compradores de objetos tradicionales!! Seguro que les encantan a vuestras maravillosas hijas ;)
    bicoooos

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